lunes, 11 de junio de 2012

Como un vaso vacío. Como una rosa seca. Como un otoño sin hojas. Como el mar sin olas. Como un libro roto. Como un nostros sin ti. Pasando las hojas del calendario. A contrarreloj. Inútil. Simple.


-No me olvides.- Le dijo. Viendo como se alejaba, comprendió que ella misma es dueña de su propia vida. Mirándole la espalda, la nuca. Él. La persona que le había regalado tantos momentos, tantos sueños, tantas esperanzas, se marchaba. Y ella no podía impedirlo. ¿Cómo lo haría? Su vida se marchaba por aquella calle de farolas fundidas y de bancos desgastados por el tiempo. Y ella ahí, petrificada, inmóvil, con la mirada clavada en esa espalda, en él. Y ahí empezó. Al borde del llanto, del miedo, de la impotencia. Porque es esa sensación de rabia, de que tu vida se te escapa de las manos y tú no puedes hacer nada. Pero ella no era cualquiera. Por eso, en ese momento, salió corriendo detrás de él, de su vida. Porque sabía, que si no la hacía, lo perdería para siempre. Le abrazó. Un abrazo como en esas películas imposibles, de amores increíbles. Y él se lo devolvió. Era ella. Su chica, su niña. Con la que había pasado tantas y tantas tardes hablando sin hablar, y queriéndose con la mirada. ¿La iba a dejar marchar? Duda, miedo, desesperación.
Mantener algo tan frágil, tan díficil. -Yo siempre te echaré de menos.-Le dijo susurrándole, con la voz rota. En ese marzo tan frío. Como una urna de cristal que se va a quebrar.